Vacunación contra la influenza en Bogotá: la urgencia de proteger a los más vulnerables

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Bogotá ha recibido una nueva dotación de esperanza sanitaria: 840.000 dosis de la vacuna contra la influenza han llegado a la capital en medio de una temporada marcada por el repunte de enfermedades respiratorias. De estas, 720.000 están destinadas a adultos y 120.000 a población pediátrica, en un esfuerzo articulado entre la Secretaría Distrital de Salud y el Gobierno Nacional por contener la propagación de un virus que, aunque familiar, no deja de representar un riesgo letal para miles de ciudadanos.

La aplicación de estas vacunas será gratuita y prioritaria para grupos poblacionales vulnerables. Niños entre los 6 y 23 meses de edad, mujeres embarazadas desde la semana 14 de gestación, adultos mayores de 60 años, pacientes con enfermedades de base y el personal sanitario en áreas críticas serán los primeros llamados a inmunizarse. Una estrategia que, más que una política sanitaria, es un acto de responsabilidad colectiva.

La influenza, muchas veces subestimada por su recurrencia anual, continúa siendo una de las principales causas de infecciones respiratorias agudas (IRA). Su capacidad de mutar, propagarse rápidamente y generar complicaciones graves en quienes tienen sistemas inmunológicos comprometidos la convierte en una amenaza que debe abordarse con rigor. Fiebre alta, dolor muscular, tos seca y congestión nasal son apenas la antesala de complicaciones que pueden derivar en hospitalización e incluso muerte.

Sin embargo, la influenza no actúa sola. Según el monitoreo epidemiológico de la Secretaría de Salud, en lo que va del 2025 también se ha detectado la circulación simultánea de otros virus como el rinovirus, adenovirus, el virus sincitial respiratorio y el persistente SARS-CoV-2. Esta convivencia viral convierte a los centros de salud en escenarios de alta demanda, y al sistema de prevención, en una prioridad inaplazable.

Por eso, la vacunación no es el único frente de acción. Las autoridades insisten en la necesidad de reforzar medidas cotidianas, pero efectivas: el lavado frecuente de manos, el uso del tapabocas cuando hay síntomas, la etiqueta respiratoria al toser o estornudar y, para los más pequeños, la lactancia materna como defensa natural. Son gestos simples que, al interior de hogares y comunidades, marcan la diferencia entre la prevención y la propagación.

La distribución de las vacunas ya avanza en los más de 200 puntos habilitados en toda la ciudad, entre hospitales, centros de salud y jornadas extramurales. El llamado a la ciudadanía es claro: no esperar a enfermarse para actuar. Aunque el acceso es gratuito, la disponibilidad es limitada y se mantendrá sólo hasta agotar existencias, por lo que la oportunidad de recibir la vacuna debe aprovecharse a tiempo.

Este esfuerzo logístico y médico debe ir acompañado de conciencia ciudadana. En una ciudad de más de ocho millones de habitantes, con altos niveles de movilidad y contacto social, el virus encuentra terreno fértil para circular. La vacunación, entonces, no es solo una protección individual, sino una forma de reducir la presión sobre el sistema hospitalario y evitar brotes epidémicos que ya han golpeado con fuerza en años recientes.

La llegada de estas dosis no puede interpretarse como el fin del problema, sino como una oportunidad para hacer las cosas bien. Proteger a los más frágiles es el primer paso para protegernos a todos. Porque en salud pública, como en la vida, la prevención siempre será menos costosa —en recursos y en vidas— que la reacción tardía.