En las entrañas del Capitolio Nacional se libra por estos días una de las batallas políticas más cruciales del actual Gobierno: la aprobación de la Consulta Popular, una iniciativa ambiciosa que podría redefinir el mapa político y social del país. Al frente de la contienda, el ministro del Interior, Armando Benedetti, mueve fichas como un ajedrecista meticuloso. Su objetivo: alcanzar los 53 votos necesarios en el Senado. Un número que parece estar al alcance de la mano, pero que se sostiene, por ahora, con alfileres.
Benedetti no improvisa. En su despacho se encuentra un tablero detallado con los nombres y afinidades de cada senador. Con este mapa político en mano, ha sostenido encuentros uno a uno, buscando adhesiones con promesas de protagonismo, concesiones territoriales y una narrativa que mezcla necesidad institucional con visión de país. Las cuentas, según fuentes del propio Ejecutivo, estarían dando. Pero el margen de maniobra es tan estrecho como volátil.
La reciente incorporación de los liberales al bloque de apoyo, tras la llegada de la ministra de Comercio, es una de las jugadas más audaces del oficialismo. Se trata de un guiño al pragmatismo político y una señal de que la maquinaria aún tiene combustible. Con ello, el Gobierno busca consolidar una mayoría funcional, aunque ajustada, en un Congreso que ha demostrado ser más autónomo que sumiso. El respaldo liberal podría ser el empujón final que necesita el ministro para cantar victoria.
Pero no todo es aritmética parlamentaria. La figura de Benedetti sigue siendo objeto de controversia. Su designación como presidente encargado durante la ausencia de Gustavo Petro en la cumbre China-Celac encendió las alarmas en sectores del Gobierno y la oposición. Algunos vieron en la movida un intento de autopromoción, otros un error administrativo disfrazado de necesidad. Lo cierto es que, en medio de la tormenta, Benedetti ha optado por redoblar esfuerzos y mostrarse como el verdadero articulador político de esta etapa del Gobierno.
En paralelo, se ha tejido una estrategia que mezcla incentivos con presión. La ya conocida “zanahoria y garrote” ha sido aplicada con precisión quirúrgica en regiones clave como la Costa Caribe, donde Benedetti ha cultivado lealtades desde sus días de parlamentario. El encuentro del pasado viernes con líderes locales dejó claro que las transferencias presupuestales y la promesa de mayor autonomía regional siguen siendo fichas de cambio en la negociación legislativa.
La Consulta Popular no es una simple iniciativa jurídica. Representa el deseo del presidente Petro de legitimar, vía ciudadana, reformas que en el Congreso han tropezado con muros de contención. Por eso, lograr los votos en esta etapa previa no es solo una cuestión de números: es una muestra de fuerza política en medio de crecientes tensiones internas y desafíos externos que no dan tregua.
De lograrlo, el Gobierno marcaría un hito. No solo en su capacidad de cohesión dentro de una coalición diversa y fragmentada, sino también en su habilidad para articular un mandato ciudadano desde las urnas. Para Benedetti, significa además un triunfo personal frente a sus detractores, que no son pocos ni silenciosos dentro del círculo presidencial.
El país, mientras tanto, observa con cautela. La historia legislativa reciente ha enseñado que las cuentas claras pueden enturbiar en cuestión de horas. Y aunque el tablero de Benedetti tenga los nombres marcados, cada voto sigue siendo, en el fondo, una decisión política sujeta a intereses, presiones y el inevitable cálculo de sobrevivencia electoral. Así se escribe, una vez más, la historia del poder en Colombia