Troncal del Café: ¿una reapertura que huele a esperanza en el Suroeste antioqueño?

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El Suroeste antioqueño, tierra de cafetales, nieblas y promesas verdes, lleva nueve días partido en dos. Desde el pasado 7 de mayo, un deslizamiento de proporciones colosales sepultó parte de la Troncal del Café, la arteria vital que conecta a Medellín con municipios como Jardín, Andes y Salgar. Pero este viernes, por fin, podría haber un respiro: en el corregimiento de Peñalisa, autoridades y líderes locales decidirán si el paso puede reabrirse, así sea entre restricciones y advertencias.

La reunión, convocada con carácter urgente, tendrá lugar a las 9:00 de la mañana y contará con la presencia de alcaldes, funcionarios de Invías, representantes de la Gobernación de Antioquia, empresarios, líderes comunitarios y la Policía. La expectativa no es menor: en juego no solo está el transporte de mercancías, sino el pulso económico de una región que vive del café, la ganadería y los mercados rurales que abastecen a buena parte del departamento.

En los últimos días, se realizaron pruebas técnicas con vehículos de carga —incluidos tractocamiones y camiones con cilindros de gas propano— para evaluar la estabilidad del terreno. Aunque los informes preliminares no descartan del todo el riesgo, sí señalan que con control y vigilancia se podría habilitar un paso restringido, en horarios definidos y con condiciones claras para la seguridad de conductores y peatones.

La importancia de esta vía trasciende lo logístico. Para el Suroeste, la Troncal del Café es también un símbolo de conexión con el resto del país. Su cierre ha dejado incomunicados a campesinos, ha encarecido los productos básicos y ha obligado a muchos a emprender travesías por rutas alternas largas, inseguras y poco adecuadas para el transporte pesado. Jardín, por ejemplo, ha visto afectada su economía turística justo en temporada alta.

Detrás del derrumbe está una combinación de factores previsibles: lluvias intensas, suelos saturados y una topografía que ya había mostrado señales de inestabilidad. Lo que sorprende, sin embargo, es la falta de intervención oportuna en puntos críticos. Los habitantes de la zona reclaman que, más allá de habilitar el paso, se requiere un plan estructural de mitigación que evite que esta historia se repita cada invierno.

“Lo que más duele es la incertidumbre. Cada vez que llueve, vivimos con el miedo de quedarnos incomunicados otra vez”, comenta Luz Mery Montoya, comerciante de Salgar. Su voz se suma a la de transportadores, agricultores y líderes comunitarios que han exigido durante años inversiones sostenidas en la infraestructura vial del Suroeste, una región rica, pero olvidada cuando no hay emergencia.

El encuentro de este viernes no solo busca habilitar un tramo de carretera. También es un termómetro político. La respuesta institucional, el respaldo técnico y el seguimiento posterior marcarán la confianza —o la desconfianza— de la región frente a Medellín y Bogotá. Porque abrir la Troncal es una cosa; mantenerla abierta y segura, otra muy distinta.

Si se confirma la reapertura, será una victoria parcial pero necesaria. Una muestra de que el diálogo entre comunidades y Estado puede tener efectos reales. Y si no se logra, el llamado será aún más urgente: el Suroeste no puede seguir siendo rehén de la geografía ni de la indiferencia. Su café y su gente merecen caminos abiertos, pero sobre todo, presencia constante.