La política colombiana no da tregua. Cuando aún no se apagan los ecos del cruce de señalamientos entre el presidente Gustavo Petro y el excanciller Álvaro Leyva, una nueva voz entra en escena para intentar reordenar el tablero: Laura Sarabia, actual ministra de Relaciones Exteriores, rompió su silencio con una declaración sobria pero cargada de mensaje. Aunque sin mencionar nombres, su mensaje apunta claramente al dardo envenenado que lanzó Leyva contra el presidente, en una carta que ha sacudido de nuevo los cimientos del gobierno.
“La diplomacia es una labor de Estado, no de egos”, escribió Sarabia en su cuenta de X, en lo que parece una clara alusión al tono y contenido de la carta del exministro. Leyva, otrora figura clave del gobierno Petro, acusó al presidente de supuestas adicciones y problemas de salud que, en su visión, comprometería el manejo del Estado. Con ese documento, el veterano político no solo rompió toda posibilidad de reconciliación, sino que incendió los ánimos de una opinión pública ya polarizada.
Sarabia, quien ha estado en el centro de varias tormentas políticas desde su ascenso como figura de confianza de Petro, optó esta vez por el tono institucional. En vez de caer en el juego de las descalificaciones, defendió al presidente apelando al peso de sus acciones y su compromiso con la paz. Un intento claro por frenar la escalada del conflicto interno sin perder el control del relato oficial.
El mensaje de la canciller no es menor. Llega en un momento en que el gobierno necesita cohesión y respaldo. La carta de Leyva no solo expone supuestas falencias personales del mandatario, sino que pone en tela de juicio su capacidad de liderazgo. La estrategia de Sarabia parece ser la de contrarrestar el ataque sin amplificarlo, encuadrando la discusión dentro de los marcos de la institucionalidad y evitando que la disputa se convierta en espectáculo.
Sin embargo, el daño está hecho. Las palabras de Leyva, filtradas con precisión quirúrgica, ya han surtido efecto en ciertos sectores políticos y mediáticos. El expresidente ha sido replicado y desmentido, pero sus afirmaciones han puesto al país en una nueva espiral de incertidumbre, donde la salud física y emocional del jefe de Estado se vuelve tema de debate público, con implicaciones impredecibles.
La diplomacia, ese arte fino que Sarabia invoca, se ve puesta a prueba no en las salas de reuniones multilaterales, sino en el manejo interno de un gabinete que evidencia fracturas profundas. La ausencia de nombres propios en el pronunciamiento de la canciller sugiere un intento deliberado de no escalar el conflicto, pero también deja entrever una postura oficial de cerrar filas sin entrar al barro.
El gobierno, en voz de Sarabia, parece decir que no se dejará arrastrar por disputas personales y que continuará enfocado en las reformas prometidas. Pero los hechos sugieren otra realidad: la gobernabilidad se tambalea cuando las traiciones provienen de adentro, y cuando quienes ayer construían juntos hoy se convierten en los críticos más feroces del proyecto que ayudaron a levantar.
Al final, el episodio deja una lección amarga sobre el poder y la lealtad en Colombia. En un país donde las cartas abiertas se convierten en armas políticas y los silencios son tan elocuentes como los pronunciamientos, la estabilidad institucional depende, cada vez más, de la capacidad de sus dirigentes para contener el fuego sin avivar la hoguera. ¿Podrá Laura Sarabia, como rostro diplomático del Gobierno, sostener ese delicado equilibrio?