En el extremo norte del departamento de Antioquia, donde el río León se abre paso hacia el Golfo de Urabá, la transformación del paisaje es tan profunda que parece una metáfora del país que quiere avanzar. Allí, en Turbo, la megaobra de Puerto Antioquia entra en su fase final, y todo indica que el primer barco atracará en sus instalaciones antes de terminar el año. Las tres grúas de última tecnología ya dominan el horizonte y el imponente viaducto de 4,2 kilómetros que conecta tierra firme con el muelle marítimo es una línea de acero y concreto que atraviesa el mar como una promesa.
Las cifras hablan por sí solas. Más de 1.000 pilotes de acero, de hasta 90 metros de largo y 80 toneladas de peso, han sido hincados para dar soporte a la infraestructura. En total, se han utilizado más de 44.000 toneladas de acero, en una obra que conjuga ingeniería de alto nivel con una visión de largo plazo para el desarrollo logístico y económico de la región. Lo que antes era una costa subutilizada, marcada por la exportación bananera artesanal, ahora se perfila como el epicentro portuario más moderno del país.
Este puerto, que moverá hasta 6,6 millones de toneladas de carga al año, no solo cambiará la forma en que Colombia exporta e importa mercancías: redefinirá la geografía comercial del país. Su ubicación estratégica, a solo seis horas de Medellín por tierra, reducirá costos y tiempos de operación, especialmente frente a puertos tradicionales como Cartagena o Buenaventura. Se espera que Puerto Antioquia movilice más de 20 millones de dólares anuales en operaciones, y que funcione como imán para la inversión nacional e internacional.
Pero la transformación no es solo estructural. Detrás del acero y el concreto hay un proceso social en marcha. Decenas de trabajadores de la región han sido capacitados en el manejo de maquinaria a gran escala. Como lo explicó Alejandro Costa, presidente del puerto, ha sido necesario implementar programas especiales de entrenamiento, incluso en otros terminales del país, para que la operación esté a la altura del desafío. Se trata de una obra que no solo se construye, también se aprende.
El cambio será tan radical que incluso las emblemáticas barcazas bananeras del río León quedarán relegadas al recuerdo. En el nuevo modelo, las frutas —y todo tipo de productos— se movilizarán en contenedores modernos, cargados y descargados por grúas de 54 metros de altura que llegaron desde China hace apenas unas semanas. Esa tecnología permitirá reducir los tiempos de operación a una décima parte del actual.
Visitar la zona hoy es ver un hervidero de actividad. Obreros, tractores, grúas móviles, maquinaria pesada y barcos de apoyo trabajan al unísono entre la costa y el mar. La escena tiene un aire de cuenta regresiva: se afinan los últimos detalles de una plataforma portuaria que durante años fue solo un sueño de los gremios exportadores y las autoridades regionales. Ahora, está a punto de hacerse realidad.
Además de su impacto económico, el puerto promete ser también una puerta hacia la integración territorial. Urabá ha sido históricamente una región relegada, marcada por el conflicto armado y el olvido estatal. Esta obra podría representar, por fin, un punto de inflexión. Con ella, llega infraestructura, pero también la oportunidad de un nuevo relato para una zona que durante décadas fue frontera, no plataforma.
La cuenta regresiva ha comenzado. Cuando el primer buque atraque y las grúas descarguen el primer contenedor, no solo se inaugurará un puerto: se abrirá una era. Una era en la que Turbo y todo el Urabá no solo estarán en el mapa logístico del país, sino en el corazón de su futuro económico.