Nacional, con alma copera, acaricia los octavos de la Libertadores

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Hay victorias que pesan más allá de los tres puntos. Triunfos que condensan el alma de un equipo, el fervor de una hinchada y el carácter de una institución que sabe cómo jugar en las noches grandes. Atlético Nacional, en su templo del Atanasio Girardot, firmó una de esas gestas ante Bahía de Brasil, y lo hizo con la garra de siempre, con fútbol punzante y con un Kevin Viveros que empieza a escribir su propia leyenda en la Copa Libertadores.

El partido comenzó con la promesa de épica. Desde temprano, Medellín se tiñó de verde: banderas ondeando en los balcones, camisetas en cada esquina y una marea de hinchas que convirtió la ciudad en una sola voz. No era un partido más; era una cita con la historia, una oportunidad de oro para afianzar el liderato del grupo y quedar a un paso de los octavos. Y el equipo lo entendió desde el primer minuto.

El primer rugido de la tribuna llegó apenas iniciado el encuentro. Viveros cazó un balón dentro del área y definió con calidad. El estadio explotó… por un instante. El VAR, en una de esas intervenciones quirúrgicas que tanto indignan, anuló el gol por un fuera de lugar milimétrico. Pero lo que podría haber sido un bajón anímico, se convirtió en combustible para la hinchada y el equipo, que no cesaron en su empuje.

Con Bahía bien parado atrás y apostando al contragolpe, Nacional tuvo que apelar a la paciencia y a la inteligencia táctica. La pelota era verde, pero el espacio escaseaba. Sin embargo, ni el orden brasileño ni la frustración del gol anulado frenaron a un conjunto que viene mostrando madurez continental. La primera parte se fue sin goles, pero con la sensación clara de que el tanto estaba cerca.

Y llegó. En el segundo tiempo, en una jugada que mezcló táctica, intuición y espíritu de Libertadores, el portero Harlen Castillo lanzó un saque largo desde su arco. Billy Arce lo transformó en un ataque letal. El rebote le cayó a Kevin Viveros, quien no falló: remate seco, potente, inapelable. Esta vez, no hubo VAR que valiera. El Atanasio estalló en júbilo, con ese grito contenido que se había quedado atorado desde el minuto 2.

Con ese gol, Viveros no solo le dio la victoria a Nacional, sino que se consolidó como uno de los referentes ofensivos del torneo. Cuatro tantos lleva ya en la presente edición, todos decisivos, todos con sello de goleador de raza. Pero más allá de las cifras, lo suyo es entrega pura: se mueve por todo el frente de ataque, presiona, choca, asiste y aparece cuando más lo necesita el equipo.

La victoria no solo vale el liderato del grupo, sino también la confianza de cara a la recta definitiva. Nacional volvió a demostrar que, cuando se conjugan fútbol y carácter, está para competir con cualquiera en el continente. Bahía, un rival duro y bien trabajado, salió con las manos vacías. El verde, en cambio, se va con la moral en alto, con el boleto a octavos casi en el bolsillo y con la convicción de que la gloria, esa que ya conocen, no está tan lejos.

Lo que viene será igual de exigente. Pero con un estadio que vibra como el del miércoles, con un Viveros inspirado, y con un equipo que entiende el peso de su camiseta, Nacional tiene razones de sobra para soñar. Porque en la Copa Libertadores no siempre gana el más vistoso, sino el que nunca deja de creer. Y este Nacional cree. Vaya si cree.