Gandolfi: entre la autocrítica y la esperanza, el timonel que aún cree en Nacional

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En la tormenta emocional que vive Atlético Nacional, tras una racha de tres derrotas consecutivas que huelen a crisis, Javier Gandolfi se aferra a una certeza: el vaso, pese a las grietas, aún no está vacío. El técnico argentino, con una serenidad que no disimula el dolor pero sí lo ordena, ofreció un análisis mesurado tras la reciente caída ante Nacional de Uruguay en la Copa Libertadores. Lo que para muchos fue otro golpe a la ilusión, para él fue, paradójicamente, una de las mejores presentaciones desde que asumió el mando. Una lectura que incomoda a algunos, pero que revela convicción en el proyecto que lidera.

“Hoy fuimos altamente superiores”, afirmó Gandolfi sin rodeos. Hablaba del primer tiempo en Montevideo, donde su equipo fue dueño del balón, del ritmo y del juego. Pero no del gol. Y en el fútbol, la falta de eficacia suele oscurecer cualquier otra virtud. Sin embargo, el técnico no se quedó anclado en el marcador. Consciente de que la tabla no siempre cuenta toda la historia, prefirió enfocarse en las señales de crecimiento: la solidez colectiva, el carácter competitivo y la vocación ofensiva. “Rozamos algo perfecto; hubiera sido perfecto si hubiéramos convertido”, sentenció.

Las estadísticas le dan la razón. Nacional remató más, dominó la posesión con un contundente 62%, y casi duplicó en pases a su rival. Pero no convirtió. En ese pequeño abismo entre el mérito y el resultado habita la frustración de una hinchada acostumbrada a la gloria, y ahora escéptica ante cualquier consuelo que no venga acompañado de victorias. Gandolfi lo sabe. Por eso, antes de hablar de táctica o números, quiso dirigirse a ellos: “El dolor es el mismo. Solo tengo palabras de agradecimiento”.

Ese dolor compartido, sin embargo, no le impide ver el futuro. La clasificación a octavos de final en la Copa es un hecho, aunque haya llegado con un cierre agrio. Y en la Liga, Nacional sigue con vida. El domingo inicia su camino en los cuadrangulares semifinales frente a Once Caldas, y el Atanasio será el escenario de la enésima búsqueda por reencontrar la confianza. Para Gandolfi, el desafío no es menor: revertir una dinámica negativa sin perder de vista lo construido.

Más allá del resultado en Uruguay, el técnico defiende con argumentos su proyecto. No como un acto de fe ciega, sino como una apuesta racional por un modelo que, aunque incompleto, muestra síntomas de consolidación. El problema, tal vez, es que el tiempo y la paciencia son lujos que escasean en el entorno verdolaga, donde la exigencia siempre ha sido mayor que el margen de error.

Pero incluso en medio de la presión, Gandolfi no renuncia a su estilo. Prefiere la autocrítica serena a la histeria, el análisis profundo a la reacción emocional. En un club con memoria corta y apetito voraz, esa postura puede ser interpretada como tibieza. O como un acto de resistencia. Porque no todo se mide por el resultado inmediato. A veces, el verdadero mérito está en sostenerse cuando el viento sopla en contra.

Gandolfi no promete milagros, pero sí trabajo. Y en ese vaso medio lleno que él aún ve, quizá quepa la esperanza de una hinchada que, aunque hoy duda, no ha dejado de querer creer. Porque en el fútbol, como en la vida, a veces hace falta más que un gol para ganar. Y más que una derrota para perderlo todo.