Francia Márquez y el silencio del poder: una vicepresidencia incómoda 

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on telegram
Telegram
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

En un país donde el simbolismo suele vestirse de promesas rotas, la figura de Francia Márquez ha resultado ser un espejo incómodo para las élites tradicionales y, sorprendentemente, también para su propio gobierno. La vicepresidenta, que irrumpió en la política nacional con la fuerza de quien no teme incomodar, ha confesado —sin rodeos— que no la han dejado gobernar. Lo ha dicho desde un lugar con peso histórico: la conmemoración de la abolición de la esclavitud. Pero lo que realmente abolieron en su caso fue el poder efectivo.

En sus palabras hay más que una queja: hay una denuncia profunda sobre las barreras estructurales que siguen operando incluso dentro de un gobierno que se autodefine como transformador. Márquez acusa al Ejecutivo, del que hace parte, de practicar el racismo y el patriarcado. Es una afirmación explosiva, no sólo por lo que implica, sino por quién la dice: la primera mujer afrocolombiana en llegar a la vicepresidencia, elegida con el peso de representar a quienes nunca habían sido escuchados desde las alturas del poder.

Y sin embargo, desde esas alturas le han cerrado la puerta. Su salida del Ministerio de Igualdad, idea que ella misma impulsó desde la campaña, fue un golpe simbólico que hoy se revela como una jugada política fría: desplazarla sin confrontarla, dejarle la banda pero no el timón. Márquez lo denuncia con claridad: no ha tenido presupuesto, ni apoyo, ni margen real de acción. Lo poco que ha logrado —dice— ha sido gracias a la cooperación internacional. Un testimonio que suena más a resistencia que a gobierno.

Pero su queja también abre un interrogante mayor: ¿estamos ante una vicepresidencia decorativa, reducida al rol de ícono sin impacto, o ante una fractura política interna que ya no se puede ocultar? En un Ejecutivo que ha visto la salida de varios ministros y figuras clave, la voz de Márquez se suma al coro de quienes aseguran haber sido marginados, cuestionados o neutralizados desde adentro. ¿Es esto parte de un modelo de concentración del poder en la figura presidencial?

Hay quienes dirán que Francia Márquez debió prever este escenario, que la política no se transforma con discursos sino con maniobra y cálculo. Pero ese juicio olvida que su papel no era el de una técnica más, sino el de una representante de mundos históricamente negados. Si a ella —con la legitimidad del voto popular y el respaldo de millones— no le permiten actuar, ¿qué queda para las mujeres negras, indígenas, campesinas, que siguen esperando que el Estado las vea?

La situación no puede leerse sólo como un conflicto entre figuras del gobierno. Es también una oportunidad para preguntarnos cuán real es el compromiso del país con la inclusión y la equidad. Porque si la diversidad solo es bienvenida cuando no incomoda al poder, entonces no estamos hablando de un cambio real, sino de una puesta en escena. Y en esa obra, Francia Márquez ha decidido no seguir en silencio.

Su denuncia es, al mismo tiempo, un reclamo al presidente Gustavo Petro. Lo es en el fondo, aunque no lo diga con todas las letras. Ella, que fue su fórmula y su compañera de ruta en campaña, ahora parece estar en una esquina solitaria del gobierno. Y su mensaje es claro: no es ella quien ha fallado, sino el sistema que no la dejó hacer.

Francia Márquez sigue en la vicepresidencia, pero lo que ha dejado entrever es más grave: el poder simbólico sin poder real es una forma refinada de exclusión. En tiempos donde la representación importa, lo que verdaderamente transforma es la capacidad de incidir. Y esa, según ella misma lo ha dicho, le ha sido negada.