¿Fin de la tregua? La inflación en Colombia y el incierto precio de comer

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Tras casi dos años de alivio progresivo en el costo de vida, el país se encuentra nuevamente en la cuerda floja. Este jueves 8 de mayo, el DANE publicará los datos oficiales de inflación para abril, en un contexto cargado de expectativas y preocupaciones. La noticia llega justo después de que el Banco de la República encendiera las alarmas en su más reciente informe de Política Monetaria, al revisar al alza las proyecciones para el precio de los alimentos y los bienes regulados. El mensaje es claro: la calma podría estar llegando a su fin.

Entre marzo de 2023 y comienzos de 2025, Colombia vivió un descenso sostenido en la inflación, luego de haber tocado un pico histórico del 13,3 %, impulsado por los coletazos económicos de la pandemia. Pero esa racha, que durante 23 meses dio respiros a hogares, comerciantes y productores, empezó a tambalear en los últimos cinco. El indicador se estancó, y apenas en marzo volvió a ceder —aunque tímidamente— del 5,2 % al 5,09 %. Insuficiente para cantar victoria.

Lo más preocupante es lo que viene detrás de los números: el Banco de la República ajustó su pronóstico de inflación para los alimentos, pasando de 3,3 % a 4,6 %, lo que sugiere que la canasta básica podría volver a convertirse en un lujo para muchas familias. A esto se suma la presión de los precios regulados, como servicios públicos y transporte, que subieron su proyección de 4,9 % a 5,9 %. La presión, entonces, no solo viene del mercado, sino también del Estado.

Aunque los costos de producción no han aumentado de manera significativa, como lo indica el Índice de Precios al Productor (IPP), el bolsillo del consumidor parece no estar recibiendo ese alivio. ¿La razón? La cadena de intermediación, los cuellos de botella logísticos, y un mercado laboral que aún no recupera su dinamismo previo al COVID-19, hacen que el impacto del productor al consumidor se diluya o se encarezca en el camino.

Los hogares colombianos, especialmente los de ingresos bajos y medios, ya lo sienten en el mercado: el arroz, los huevos, algunas frutas, el aceite y hasta la tradicional arepa han experimentado ligeros repuntes. Puede parecer insignificante para algunos, pero en una economía donde el 46 % del gasto de los hogares se va en alimentación y servicios, unos cuantos puntos porcentuales de inflación pueden significar hambre o endeudamiento.

Además, el comportamiento de la inflación no puede analizarse en un vacío. Las decisiones del Banco de la República sobre tasas de interés —que hasta ahora han tenido una política de cautela y moderación— se ven cada vez más presionadas por la persistencia de la inflación en ciertos sectores. Subirlas de nuevo podría frenar el crecimiento económico. No hacerlo, permitiría que los precios sigan su escalada silenciosa.

En este juego de tensiones entre crecimiento, poder adquisitivo y estabilidad macroeconómica, el dato de abril podría marcar un punto de inflexión. Si el DANE confirma un repunte sostenido de los precios, Colombia entraría en una nueva etapa económica: una en la que ya no bastará con mirar la inflación como un número técnico, sino como una experiencia cotidiana que define el nivel de vida de millones de personas.

Por ahora, el país espera con la respiración contenida. La inflación no es solo una cifra que se publica mensualmente. Es la diferencia entre llenar o no la olla, entre pagar la factura o dejarla vencer, entre sobrevivir o vivir. El jueves sabremos si seguimos bajando la cuesta o si, por el contrario, nos preparamos para escalar de nuevo.