El Oriente, aislado por tierra: la autopista Medellín–Bogotá colapsa otra vez por la lluvia

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La geografía que alguna vez fue la ventaja de Antioquia hoy se convierte en su talón de Aquiles. Una vez más, la autopista Medellín–Bogotá, arteria fundamental para la economía del país, ha sido golpeada por la fuerza de la naturaleza. Esta vez, el deslizamiento ocurrido en el sector conocido como El Descanso del Amor paralizó por completo el tráfico en dirección al Oriente antioqueño y dejó en evidencia las fragilidades de nuestra infraestructura vial frente a la lluvia.

El derrumbe, que ocurrió en la madrugada del martes, a la altura del kilómetro 4+040, dejó toneladas de tierra y roca sobre el carril ascendente. Como es costumbre, las precipitaciones intensas saturaron los suelos y provocaron el desprendimiento de la ladera. El punto afectado, ya conocido por su vulnerabilidad, volvió a ceder sin que se hayan visto soluciones definitivas tras anteriores eventos similares.

La concesión Devimed, responsable de la vía, informó que activó los protocolos de emergencia y ordenó el cierre total del carril en ascenso mientras la maquinaria amarilla trabaja en la remoción del material. A manera de paliativo, se habilitó un contraflujo por el carril descendente entre el kilómetro tres y el cinco. Una solución de urgencia que, aunque evita un bloqueo absoluto, no evita el caos.

Y es que el embotellamiento que se formó superó rápidamente los márgenes esperados. Desde Bello hasta el norte de Medellín, incluyendo la Autopista Norte en Tricentenario, los vehículos avanzan a paso de tortuga. Miles de conductores, atrapados entre la desesperación y la resignación, se suman a una escena que se ha vuelto paisaje recurrente en temporadas de invierno.

No es solo un problema de movilidad: es una cuestión de seguridad, de competitividad y de planeación. El Oriente antioqueño, con su aeropuerto, sus zonas francas, sus centros logísticos y su creciente sector turístico, depende de una vía que no resiste el rigor de la naturaleza. Cada derrumbe es una herida abierta al desarrollo regional, una pausa obligada en el reloj económico del país.

La Alcaldía de Medellín y el Área Metropolitana han hecho llamados a la ciudadanía para usar rutas alternas, aunque estas también sufren saturaciones. En la práctica, quienes debían salir al aeropuerto José María Córdova o conectar con otros municipios del Oriente, enfrentan demoras superiores a dos horas. Y las lluvias no ceden: el pronóstico del IDEAM augura más precipitaciones en las próximas horas.

Mientras las autoridades calculan que los trabajos podrían extenderse hasta la tarde, la ciudadanía vuelve a preguntarse por qué no se han ejecutado obras de mitigación estructural en los puntos más críticos de la vía. La respuesta, como siempre, se diluye entre estudios, presupuestos, y prioridades políticas.

El derrumbe de hoy no es una sorpresa. Es el reflejo de una tragedia anunciada que se repite con la frecuencia de la lluvia. Y cada vez que ocurre, la ciudadanía se ve obligada a adaptarse, resignarse y esperar. Como si el colapso de la infraestructura fuera una estación más del clima.