Colombia, China y la Ruta de la Seda: entre la oportunidad estratégica y el filo diplomático

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on telegram
Telegram
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

La diplomacia contemporánea se escribe en clave de infraestructura, comercio y conectividad. Y en esa gramática geopolítica, la Ruta de la Seda —la ambiciosa iniciativa global de China— ha emergido como un eje que seduce a muchos países del Sur Global. La posible adhesión de Colombia a este corredor económico, como se especula durante la visita del presidente Gustavo Petro al gigante asiático, despierta tanto entusiasmo como cautela en el escenario nacional.

Para el exministro de Hacienda Juan Camilo Restrepo, no hay razón para la alarma. En sus palabras, un memorando de entendimiento con China “no tiene nada de raro ni de inconveniente”. Según él, Colombia tiene todo el derecho de explorar vías que fortalezcan sus vínculos económicos y comerciales con una de las potencias más grandes del mundo, sin por ello comprometer su soberanía o arriesgar su relación con aliados tradicionales como Estados Unidos.

No obstante, las advertencias no se han hecho esperar. María Claudia Lacouture, presidenta de AmCham Colombia, fue enfática en señalar que aunque el memorando no sea jurídicamente vinculante, sí representa un gesto geopolítico con consecuencias simbólicas y estratégicas. China no es una economía de mercado en el sentido clásico occidental, y las decisiones que involucren alianzas estructurales deben, en su opinión, pasar por un análisis riguroso y multisectorial.

En el trasfondo de esta discusión late una vieja tensión que atraviesa la política exterior colombiana: ¿puede el país diversificar sus socios sin desencadenar celos geopolíticos? ¿Debe moverse con pragmatismo económico o con lealtades históricas? La frase de Restrepo —“no hay que torear a Trump”— apunta precisamente a ese equilibrio necesario entre las oportunidades que ofrece Pekín y las sensibilidades de Washington.

Lo cierto es que China lleva años consolidando su influencia en América Latina mediante megaproyectos de infraestructura, préstamos con baja condicionalidad y acuerdos bilaterales en sectores estratégicos. Colombia, que ha llegado tarde a muchas de esas negociaciones, podría encontrar en la Ruta de la Seda una palanca para atraer inversión, modernizar su red logística y ampliar sus mercados de exportación, siempre que lo haga con inteligencia y garantías.

El Gobierno Petro, que ha mostrado interés en abrir nuevos frentes diplomáticos, parece decidido a dar ese paso. Pero la pregunta es si el país está preparado institucionalmente para blindarse ante los riesgos que pueden derivarse de una relación asimétrica con un Estado tan influyente. No se trata solo de firmar protocolos: se trata de saber negociar, proteger los intereses nacionales y exigir reciprocidad.

En última instancia, esta coyuntura podría ser una oportunidad para que Colombia redefine su estrategia de inserción internacional, entendiendo que en el siglo XXI las alianzas no son excluyentes, pero sí exigen coherencia. Navegar entre China y Estados Unidos implica cabeza fría, visión de largo plazo y un consenso interno que no siempre ha estado presente.

Porque si algo está claro, es que en el tablero global actual no se trata de elegir entre Oriente y Occidente, sino de saber jugar con ambos sin convertirse en ficha de ninguno.