Gustavo Bolívar no es un político cualquiera. Novelista, guionista, activista y, más recientemente, director saliente del Departamento de Prosperidad Social (DPS), ha construido una carrera que se mueve con igual soltura entre la narrativa y la realidad. Hoy, sin embargo, el libreto parece habérsele salido de control. El reciente regaño público del presidente Gustavo Petro no sólo desnudó las tensiones internas del Pacto Histórico, sino que puso en duda el respaldo que Bolívar aún conserva en la coalición que ayudó a construir.
Todo ocurrió en cuestión de segundos, pero resonó como un trueno político. “Rompo el orden del día porque no me parece que sea así, Bolívar”, dijo Petro, sin filtros ni diplomacia, ante las cámaras. Un comentario que en cualquier gobierno sería anecdótico, pero que en este se volvió un parteaguas. Desde entonces, las versiones sobre una ruptura, distanciamiento o reconfiguración del liderazgo en la izquierda no han parado.
Bolívar no oculta su desconcierto. En diálogo con medios nacionales, ha reconocido que aún no entiende qué motivó la molestia presidencial. Pero más allá de la forma, lo que ha calado es el fondo: ¿hay sectores dentro de la izquierda que ven en Bolívar un obstáculo? Él lo sugiere, con nombre propio. Habla de una narrativa construida para mostrarlo como un “inflado” en las encuestas. Una sospecha que atribuye, sin titubeos, a rivales internos como Daniel Quintero o María José Pizarro.
Lo cierto es que esta nueva pugna interna revela el pulso por el alma del progresismo colombiano. Mientras Petro busca consolidar su legado más allá del ruido electoral, algunos de sus aliados más cercanos, como Bolívar, parecen no estar dispuestos a esperar instrucciones desde la Casa de Nariño. La afirmación de que otros líderes le venden a Petro la idea de que Bolívar no tiene cómo ganar es un misil directo a la narrativa de unidad que tanto promueve el Pacto Histórico.
Bolívar, por su parte, se muestra desafiante. Dice estar dispuesto a medirse en las urnas con quien sea. “Si estoy inflado, que me bajen en campaña”, afirma, en un tono que mezcla seguridad con reproche. No se descarta que su mensaje críptico en redes —”Lo mejor es que nos demos un tiempo”— haya sido más que una frase emocional: una advertencia política, un preludio de ruptura.
Las encuestas, de momento, siguen siendo un campo de batalla. No solo por los números que arrojan, sino por lo que representan: la disputa por el favoritismo, la legitimidad y el relato. Bolívar sabe que su nombre genera divisiones, y quizá por eso se aferra a la idea de que su candidatura, lejos de ser impuesta, será probada en la arena del voto.
En medio de este panorama, el Pacto Histórico enfrenta un dilema: cómo resolver sus contradicciones internas sin desdibujar su proyecto colectivo. Petro, como líder y símbolo, tiene la difícil tarea de arbitrar entre juegos y apuestas personales. Y Bolívar, con su estilo directo y a veces incómodo, se convierte en el espejo que refleja lo que muchos callan dentro del movimiento.
Así las cosas, el episodio del viernes pasado no fue un simple malentendido entre dos viejos aliados. Fue una escena de mayor calado, que anuncia una nueva temporada en la política de la izquierda colombiana. Con protagonistas que no están dispuestos a quedarse en segundo plano y un guión que, por ahora, nadie se atreve a dar por escrito.