Villatina: cuando la montaña habla y el Estado apenas escucha

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En la madrugada del jueves, en medio del silencio que suele acompañar el sueño de la ciudad, un estruendo sordo quebró la calma de Villatina, comuna 8 de Medellín. La montaña habló con voz de advertencia, y su lenguaje fue el del deslizamiento de tierra, el crujido de estructuras vencidas y el miedo colectivo de una comunidad que tuvo que abandonar su historia para salvar la vida. Esta vez no hubo muertos ni heridos, y por eso muchos respiran con alivio. Pero la emergencia dejó claro que Medellín aún vive con un pie sobre el abismo.

Son al menos 180 las personas evacuadas, y 40 las viviendas que han quedado inhabitables, si es que aún se les puede llamar así. Lo ocurrido en el sector La Libertad parte 2 no es un fenómeno aislado ni una sorpresa de la naturaleza. Es la consecuencia acumulada de décadas de asentamientos informales, falta de planificación urbana y una mirada estatal que muchas veces solo aparece cuando la tragedia ya es portada.

Lo más doloroso de esta historia no es solo la tierra que se mueve, sino la pobreza que permanece. Las familias afectadas no eligieron vivir en riesgo por capricho. Lo hicieron por necesidad. Por la urgencia de tener un techo, por precario que sea. En Villatina, como en tantas laderas de Medellín, la legalidad se construye con el tiempo y a pulso, mientras las instituciones miran de reojo o llegan tarde. Esta madrugada, fueron los gritos de los vecinos los que salvaron vidas. No las alarmas oficiales.

Los testimonios de quienes vivieron el deslizamiento estremecen por su crudeza y su humanidad. Gente que salió corriendo en pijama, madres que cargaron a sus hijos medio dormidos, ancianos que dejaron atrás lo poco que tenían. Y mientras la montaña se tragaba paredes y pisos, fueron los mismos habitantes quienes asumieron el rol de primeros respondientes. Fue comunidad, no gobierno. Fue instinto, no protocolo.

Jacques Mesa, líder social del sector, destacó la reacción de los bomberos, que no tardaron en llegar. Pero su presencia, aunque oportuna, es apenas un parche en una herida más profunda. Porque más allá de la emergencia, lo que se requiere es prevención. Y prevenir no es solo monitorear lluvias o instalar sensores. Es invertir en vivienda digna, en educación ambiental, en urbanismo con justicia social.

Cada invierno, Medellín repite este drama con variaciones mínimas: otra comuna, otro barrio, otra lista de damnificados. Y cada vez, los discursos se parecen. Se prometen estudios, reubicaciones, mapas de riesgo, soluciones estructurales. Pero el ciclo se repite, y la lluvia sigue desnudando la fragilidad de un modelo urbano que ha crecido sin equidad. La ciudad innovadora, verde y resiliente de los eslóganes, todavía convive con su sombra de abandono.

Hoy, Villatina necesita más que carpas y kits de emergencia. Necesita respuestas reales, sostenibles, comprometidas. No es solo cuestión de reparar lo colapsado, sino de evitar que vuelva a pasar. Medellín, con todo su músculo técnico y su capacidad de gestión, no puede seguir reaccionando como si cada tragedia fuera inédita. El verdadero progreso se mide en cuántas vidas se salvan antes del desastre, no después.

La montaña ya habló. Ahora, le corresponde al Estado dejar de susurrar y hablar claro. Con acciones, no solo con comunicados. Porque la próxima vez que la tierra se mueva, quizás no tengamos tanta suerte.