En un acto cargado de simbolismo, el empresario Arturo Calle —figura emblemática del empresariado colombiano— recibió en Medellín la Medalla al Mérito Cívico y Empresarial Gonzalo Mejía, en su categoría Oro. Más allá del reconocimiento a su trayectoria comercial, Calle no perdió la oportunidad para emitir un juicio contundente sobre el presente y el pasado reciente de la ciudad: calificó de “milagro” la transformación que, en sus palabras, ha protagonizado el alcalde Federico Gutiérrez tras lo que definió como una “alcaldía corrupta”.
“Yo le diría a los antioqueños que es un milagro, y los milagros hoy en día son muy pocos”, afirmó Calle en tono directo, pero sereno. En su declaración, el empresario no solo elogió la gestión de Gutiérrez, sino que apuntó sin rodeos a los estragos que, en su concepto, dejó la administración de Daniel Quintero. Fue una intervención que dejó claro que, para él, el sector privado no puede ser indiferente a las decisiones públicas.
Arturo Calle, conocido por su sobriedad y lenguaje mesurado, sorprendió por la contundencia de sus palabras. La acusación de corrupción contra la administración anterior no se quedó en lo abstracto: mencionó la falta de compromiso y transparencia de los colaboradores del exalcalde, en una ciudad donde las tensiones entre élites empresariales y liderazgos alternativos como el de Quintero han marcado el debate reciente.
Las declaraciones del empresario fueron hechas con una convicción que va más allá de lo económico. Calle habló desde una visión de ciudad, de reputación, de confianza. Para él, Medellín es más que un centro productivo: es una idea de orden, progreso y civismo que debe ser defendida cuando está en riesgo. Su voz, aunque no institucional, es la de un sector que ve en Federico Gutiérrez una figura que representa continuidad y rescate.
Federico Gutiérrez, por su parte, recibió el espaldarazo con gesto contenido. Su estrategia ha sido justamente esa: mostrarse como el restaurador de un modelo de ciudad que, bajo su mirada, fue desdibujado por cuatro años de improvisación y deterioro institucional. Los resultados aún están en proceso, pero el relato político que lo sustenta se refuerza con cada respaldo de figuras de peso como Arturo Calle.
La exaltación del empresario también deja entrever la disputa cultural que se libra en Medellín: dos visiones de liderazgo, dos maneras de entender el poder público. Mientras Quintero apeló a un discurso disruptivo y populista, Gutiérrez ha buscado consolidar una narrativa de recuperación y gobernabilidad. El aplauso del empresariado —y de Calle en particular— es un gesto que también se inscribe en ese debate.
Sin embargo, conviene recordar que los “milagros” en política suelen ser más narrativos que divinos. Transformar una ciudad va más allá de los primeros seis meses de gestión. Implica reformas estructurales, pactos sociales, lucha contra la desigualdad, inversión sostenible y transparencia en todos los frentes. El elogio debe ser acompañado por la exigencia: de continuidad, sí, pero también de innovación y autocrítica.
La voz de Arturo Calle es poderosa, pero también debe servir como recordatorio: los empresarios no pueden limitarse a aplaudir cuando sienten afinidad con un gobernante, ni callar cuando las políticas les resultan incómodas. El civismo exige coherencia. Y Medellín, como toda ciudad viva, necesita tanto de su memoria como de su capacidad de reinventarse sin volver a los viejos errores.