Las cifras del comercio exterior colombiano correspondientes al primer trimestre de 2025 no dejan espacio para el optimismo fácil. Con un déficit comercial de US$3.417 millones, el país profundiza una brecha que ya se había evidenciado en los primeros meses del año anterior (cuando el déficit fue de US$2.496,6 millones). Es un dato que, más allá de su dimensión contable, pone sobre la mesa preguntas urgentes sobre la competitividad del país, su estructura productiva y la sostenibilidad de su modelo de inserción en los mercados globales.
Aunque las exportaciones crecieron —pasaron de US$11.299 millones a US$11.895,1 millones—, el aumento fue insuficiente para compensar el salto más agresivo en las importaciones, que se dispararon de US$13.795,6 millones a US$15.312 millones. Esa descompensación explica en gran parte el deterioro de la balanza, y revela un fenómeno recurrente: Colombia importa más valor agregado del que exporta. Es una vieja dolencia estructural, cuya persistencia demuestra que las políticas industriales del país aún no logran revertir décadas de dependencia externa.
El mes de marzo fue especialmente crítico. Solo en ese mes, el déficit alcanzó US$897 millones, frente a los US$650,4 millones del mismo mes del año anterior. Si bien las exportaciones de marzo crecieron un 12% interanual, llegando a US$4.338,1 millones, las importaciones lo hicieron en mayor proporción, alcanzando los US$5.235,1 millones. En esa ecuación, el saldo negativo es inevitable.
A nivel de socios comerciales, el panorama se vuelve aún más complejo. Con China, el déficit acumulado llegó a la alarmante cifra de US$3.485 millones, reflejo de la alta dependencia de productos manufacturados, tecnología y bienes de capital provenientes del gigante asiático. Con Estados Unidos, pese a ser nuestro principal comprador de petróleo y flores, también se registró un déficit en marzo de US$166,1 millones. Con países como México, Brasil, Alemania y Japón, la balanza también fue negativa.
En contraste, los superávits son modestos y se concentran en países vecinos: Ecuador (US$294 millones), Venezuela (US$216,9 millones) y Perú (US$98,8 millones). Son cifras positivas, pero insuficientes para equilibrar la balanza general. Además, se trata en su mayoría de exportaciones tradicionales, concentradas en sectores como hidrocarburos, carbón, productos agrícolas y alimentos procesados, rubros que dependen de factores volátiles como los precios internacionales o las condiciones climáticas.
Este nuevo deterioro del saldo comercial prende las alarmas sobre la capacidad de Colombia para reducir su vulnerabilidad externa. En un contexto de tasas de interés internacionales aún elevadas y devaluación controlada pero persistente, el desequilibrio en la balanza comercial presiona las reservas internacionales, encarece el endeudamiento externo y limita el margen de maniobra del Banco de la República.
En este escenario, la diversificación de la oferta exportadora ya no puede seguir siendo un propósito retórico. Es urgente dinamizar las cadenas productivas nacionales, incentivar el valor agregado en origen, facilitar la internacionalización de pymes y revisar con lupa los acuerdos comerciales que no están arrojando resultados equitativos. Colombia no puede depender eternamente de sus materias primas ni seguir importando crecimiento.
Las cifras hablan con frialdad, pero su mensaje es contundente: el país sigue corriendo en una cinta de consumo externo que avanza más rápido que su capacidad productiva. Si no se replantea el modelo económico con visión de largo plazo, este déficit no será un problema coyuntural, sino una condena estructural.