La escena era común en el centro de Medellín: un pasaje estrecho, rodeado de negocios y peatones apurados. Pero entre los rostros cotidianos, se escondía uno con una historia manchada de sangre. Miguel Antonio Rodríguez Díaz, conocido como alias Cuchillo, caminaba entre vendedores y turistas como si su pasado no lo persiguiera. Hasta que lo alcanzó. La Interpol, la Policía Nacional y la justicia peruana tejieron una red que se cerró este jueves en el Pasaje La Bastilla. Y el hombre señalado de haber liderado una masacre minera en los Andes del Perú fue esposado sin disparos, pero con el peso de trece muertos sobre sus hombros.
La captura de Rodríguez Díaz no es solo un triunfo policial. Es la confirmación de que el crimen organizado en torno a la minería ilegal ha cruzado fronteras con una capacidad de movilidad, camuflaje y violencia que desafía incluso a los Estados. El crimen que lo persigue ocurrió el pasado 4 de mayo en Pataz, una provincia minera del norte peruano donde el oro se extrae al margen de la ley y se defiende con fusiles. Allí, en el interior de un socavón, trece hombres fueron asesinados a sangre fría en una emboscada planificada.
Según las autoridades peruanas, Rodríguez Díaz habría ingresado con al menos veinte hombres armados con un objetivo claro: tomar el control del mineral sustraído por otros mineros. Lo que siguió fue una ejecución múltiple. Las víctimas, que prestaban seguridad al socavón, no tuvieron oportunidad de defenderse. El operativo duró minutos. El terror, mucho más. La masacre fue atribuida a una disputa entre bandas por el dominio de rutas, túneles y cargamentos de oro sin registrar. Un crimen que, en palabras de fiscales peruanos, tiene el sello de una organización criminal transnacional.
Tras la matanza, alias Cuchillo emprendió una huida que parecía sacada de un guion cinematográfico. Tomó un bus hasta Lima, abordó un vuelo hacia Bogotá el 5 de mayo y, sin perder tiempo, se desplazó a Medellín, donde intentó fundirse con el anonimato urbano. Pero la alerta roja de Interpol ya lo perseguía. Y mientras caminaba por el centro de la capital antioqueña, un grupo élite de la Policía le cerró el paso. No opuso resistencia. Sabía que la red ya lo había alcanzado.
El general Carlos Fernando Triana, director de la Policía Nacional, no tardó en confirmar la captura. En un mensaje en redes sociales subrayó la importancia de la cooperación internacional en este tipo de operativos. “La justicia no tiene fronteras”, dijo, con la serenidad de quien sabe que el crimen organizado necesita respuestas globales. Las autoridades ya adelantan los trámites para la extradición del capturado hacia Perú, donde será procesado por homicidio calificado, secuestro agravado y pertenencia a organización criminal.
Más allá del caso individual, la captura de alias Cuchillo evidencia un fenómeno en crecimiento: la exportación de criminales latinoamericanos que, al verse acorralados en sus países, cruzan fronteras para ocultarse en ciudades como Medellín, Quito o Santiago. La minería ilegal, con su mezcla explosiva de riqueza, ilegalidad y violencia, se ha convertido en uno de los nuevos motores de desplazamiento del crimen organizado regional.
En Colombia, las autoridades han identificado que estructuras similares operan en regiones como el Bajo Cauca, el Chocó y el sur del país. Y aunque los contextos son distintos, las lógicas son similares: minería sin control, economías paralelas, violencia extrema y redes que conectan lo rural con las capitales. Alias Cuchillo, con su historial, podría aportar información clave sobre cómo estas bandas se comunican, se financian y se mueven a través de América Latina.
La justicia, por ahora, ha dado un paso firme. Pero la pregunta de fondo sigue sin resolverse: ¿qué tan preparados están los Estados para enfrentar esta nueva forma de crimen transnacional? Medellín, una ciudad que conoce bien los ciclos de violencia, fue esta vez el escenario de una captura que habla más del continente que de la esquina donde ocurrió. El oro, al parecer, sigue tiñéndose de sangre. Y el crimen, de acento latinoamericano.