En medio del estruendo de la política nacional y los ecos internacionales que no cesan, el presidente Gustavo Petro sorprendió con una declaración cargada de matices: no asistirá al funeral del papa Francisco, no por falta de voluntad, sino por una orden médica inapelable. Desde Roma, donde se dan cita los grandes líderes del mundo para despedir al pontífice más progresista del siglo XXI, la silla vacía del mandatario colombiano resuena con un simbolismo inevitable.
El anuncio fue hecho en un escenario que parecía elegido con precisión quirúrgica: la instalación de los Comités Ciudadanos por el Sí en la consulta popular. Allí, con voz serena pero mirada reflexiva, Petro explicó que su salud le impide emprender un vuelo tan prolongado. “Quería ir allá, a Roma… pero los médicos me impidieron hacerlo”, expresó. Más allá del protocolo, la confesión del presidente dejó entrever una nostalgia íntima, casi espiritual, por no poder despedir a quien describió como “un amigo”.
El papa Francisco, recordado por su lucha por los pobres, el medioambiente y su apertura frente a temas tabú dentro de la Iglesia, tuvo una relación especial con Petro. Lo abrazó en más de una ocasión, lo respaldó en momentos clave de su carrera política y se mostró afín a muchas de las causas sociales que hoy marcan el ideario del presidente colombiano. Por eso, más que una ausencia diplomática, su no asistencia al funeral parece una pérdida personal.
Horas antes del pronunciamiento del jefe de Estado, fuentes cercanas a Presidencia confirmaban que la delegación colombiana sería encabezada por la canciller Laura Sarabia, el embajador ante la Santa Sede, Alberto Ospina, y la primera dama, Verónica Alcocer. Esta última, según trascendidos, cubriría de su propio bolsillo los gastos del viaje. Una delegación discreta, pero representativa, que busca mantener la presencia institucional en un acto de profundo simbolismo.
Sin embargo, hubo un giro inesperado: desde la misma Casa de Nariño se informó que Petro sí viajaría. La contradicción dejó una estela de dudas, propias de una administración que a menudo navega entre la espontaneidad comunicacional y el hermetismo estratégico. Finalmente, su declaración frente a los comités despejó el panorama: el presidente no podrá asistir. No por desinterés, sino por una limitación de salud que, según algunos medios, estaría relacionada con una cirugía reciente.
Blu Radio reportó que el mandatario se habría sometido a un procedimiento en el rostro y cuello, en la clínica Santa Bárbara de Bogotá. Aunque no hay un pronunciamiento oficial al respecto, la versión incluye detalles como anestesia general y un costo cercano a los 20 millones de pesos. En un país donde la salud presidencial ha sido históricamente un tema de interés público —y a veces de secreto de Estado—, este nuevo episodio alimenta tanto las especulaciones como la necesidad de transparencia.
Más allá de las versiones, lo cierto es que el adiós al papa Francisco representa una despedida difícil para Gustavo Petro. Su discurso no fue una simple excusa médica; fue una declaración de afecto, una despedida desde la distancia. “He enterrado en mi corazón al hombre físico”, dijo. Un homenaje que, aunque no se dé en presencia física, tiene la intensidad emocional de quien despide a un referente, no solo religioso, sino humano.
Así, el presidente permanece en tierra firme, mientras el mundo vuela a Roma. Y en esa paradoja, se resume mucho de lo que es hoy su gobierno: comprometido con lo simbólico, limitado por lo físico, y siempre envuelto en un halo de incertidumbre que lo mantiene en el centro del debate. Porque a veces, las ausencias también hablan. Y a veces, incluso más que las presencias.