Petro, la visa y la geopolítica: un episodio simbólico en tiempos de reconfiguración global

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on telegram
Telegram
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on linkedin
LinkedIn

La frase cayó como un rayo en la mitad del consejo de ministros: “Yo ya no puedo ir porque creo que me quitaron la visa”. Con ese comentario, el presidente Gustavo Petro no solo desató una tormenta mediática, sino que dejó entrever una tensión diplomática de fondo con Estados Unidos. Aunque no hubo confirmación oficial ni por parte de la embajada norteamericana ni de la Cancillería, el solo hecho de que el jefe de Estado colombiano aluda públicamente a una posible revocación de su visa marca un giro en la relación entre Bogotá y Washington.

Petro, con su estilo provocador y un toque de ironía, relativizó el tema: “No tenía necesidad de tener visa, pero bueno. Ya vi al Pato Donald varias veces, entonces voy a ver otras cosas”. Más allá del tono ligero, sus palabras resuenan en un contexto internacional donde las relaciones diplomáticas se han tornado más pragmáticas y menos complacientes. La referencia, aparentemente casual, coincide con una etapa de redefinición en la política exterior del actual gobierno.

En los últimos meses, la Casa de Nariño ha apostado por una diplomacia multilateralista que busca posicionar a Colombia más allá de su tradicional cercanía con Estados Unidos. La próxima visita de Petro a China, en calidad de presidente pro tempore de la Celac, y la reciente gira de la canciller Laura Sarabia por Japón y Nueva York, son señales claras de un viraje hacia el Asia-Pacífico. Se trata de un esfuerzo deliberado por diversificar alianzas, atraer inversión extranjera y reforzar la autonomía estratégica de la región.

No es un secreto que las tensiones comerciales y geopolíticas entre Estados Unidos y China están reconfigurando las dinámicas globales. En este escenario, América Latina no es una espectadora pasiva, sino un terreno en disputa por la influencia económica y política de las dos potencias. Petro, con su narrativa anticolonial y su cercanía ideológica a proyectos alternativos al modelo neoliberal, se ha mostrado más cómodo en foros como la Celac o la ONU que en los tradicionales pasillos de la OEA o la Casa Blanca.

El posible retiro de la visa, si se confirma, podría leerse entonces como una señal diplomática más que como una sanción formal. Una manera discreta —aunque el Presidente se haya encargado de hacerla pública— de manifestar incomodidad con ciertos posicionamientos del gobierno colombiano. Petro ha cuestionado abiertamente políticas internacionales como la guerra contra las drogas, ha defendido la soberanía venezolana y ha propuesto una revisión profunda del modelo económico global, lo cual no siempre cae bien en Washington.

La reacción local no se hizo esperar. Sectores de oposición ven en esta situación una muestra de aislamiento internacional, mientras que los simpatizantes del Gobierno la interpretan como un acto de dignidad frente a una potencia que, durante décadas, definió buena parte de la agenda nacional. Entre tanto, las voces más analíticas insisten en que lo importante no es la anécdota de la visa, sino la ruta estratégica que Colombia está tomando en el convulso tablero global.

Por ahora, el ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, continúa con sus gestiones en Estados Unidos, y el viceministro Carlos Emilio Betancourt alista maletas para la gira asiática. La política exterior no se detiene, y cada viaje, cada gesto y cada declaración ayudan a construir —o a erosionar— puentes internacionales. Petro, fiel a su estilo, opta por los caminos menos convencionales, aún a riesgo de generar incomodidad.

Al final, más que una crisis, este episodio podría leerse como el síntoma de una nueva era: una Colombia que busca un papel menos subordinado en el escenario internacional, aunque eso implique pagar el precio de incomodar a los aliados tradicionales. Porque en la política global, como en la diplomacia, a veces el gesto más pequeño —una visa, una frase, una gira— revela el verdadero rumbo de una nación.