Durante siete horas de testimonio, Juan Guillermo Monsalve, el llamado “testigo estrella” en el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe, desveló ante los ojos del país los oscuros recovecos de su pasado y las presiones que, según él, intentaron moldear su relato para favorecer al exmandatario. Con 47 años y una condena de 40 años a cuestas por múltiples delitos, Monsalve ofreció una narración detallada sobre sus inicios en la vida criminal, su vínculo con la Hacienda Guacharacas y las circunstancias que lo llevaron a ser un testigo clave en el proceso judicial que sacudió el panorama político y judicial colombiano.
En su relato, Monsalve recordó sus primeros pasos en el mundo del trabajo cuando, a los 12 años, dejó los estudios para integrarse al mundo laboral en la Hacienda Guacharacas, propiedad de la familia Uribe Vélez. Este relato inicial del testigo, cargado de nostalgia por la infancia truncada, se entrelazó con detalles sombríos de violencia y desplazamiento forzado. Según Monsalve, la Hacienda fue escenario de múltiples tensiones, incluyendo amenazas de grupos guerrilleros como el ELN, que desataron una ola de desplazamientos y muerte en la región. Fue en este contexto donde, según él, las primeras relaciones entre la familia Uribe y los grupos paramilitares comenzaron a gestarse.
A medida que avanzaba su testimonio, Monsalve amplió su relato sobre el origen del Bloque Metro, una estructura paramilitar que operó en Antioquia durante la década de los noventa. Para él, la Hacienda Guacharacas jugó un papel central en la fundación de este grupo, que nació como respuesta a los embates de la guerrilla, pero que rápidamente se transformó en una amenaza para la población civil. El testigo narró cómo los primeros miembros del Bloque Metro patrullaban la zona, y cómo, poco a poco, la estructura armada fue tomando fuerza bajo la dirección de Carlos Mauricio García, alias “Doblecero”. Fue entonces cuando, según Monsalve, la conexión con la familia Uribe se hizo más estrecha, apuntando directamente a Santiago Uribe y, aunque sin contacto personal directo, mencionando a Álvaro Uribe en sus intervenciones.
El punto más controversial de su testimonio ocurrió cuando, al ser interrogado por la fiscalía, Monsalve mencionó que, a pesar de no haber tenido contacto directo con el expresidente Uribe, sí había sido testigo de lo que él consideró una vinculación indirecta del exmandatario con las Autodefensas. Según su relato, Uribe habría intervenido para enviar tropas a la zona de la Hacienda Guacharacas en un momento de tensión con la guerrilla, lo que, a su juicio, representaba un tipo de apoyo militar para los grupos armados ilegales. Sin embargo, la defensa de Uribe se encargó de desmentir estos dichos, argumentando que las intervenciones militares eran parte de las responsabilidades como gobernador y presidente ante problemas de seguridad.
Otro aspecto relevante de su testimonio fue el relato sobre las presiones que supuestamente recibió para modificar su declaración. Monsalve relató cómo, tras haber revelado detalles cruciales en su conversación con el senador Iván Cepeda en 2011, fue sometido a amenazas que afectaron no solo su seguridad, sino también la de su familia. De acuerdo con el testigo, su situación empeoró cuando fue trasladado a la cárcel de La Picota, donde empezó a recibir insistentes solicitudes de apoyo para el expresidente Uribe, provenientes de otros reclusos y de su abogado, Diego Cadena. Esta presión culminó en la grabación de una conversación entre Monsalve y el abogado, que se convertiría en uno de los puntos clave del caso judicial.
A pesar de las revelaciones que Monsalve hizo en su testimonio, los cuestionamientos sobre su credibilidad comenzaron a acumularse. La defensa de Uribe, liderada por el abogado Jaime Granados, cuestionó las contradicciones en las que habría incurrido el testigo a lo largo de su declaración. Uno de los puntos más controversiales fue la manipulación de los relojes espías, que contenían grabaciones de las conversaciones entre Monsalve y el abogado Cadena. Según un informe técnico, las grabaciones habrían sido alteradas, lo que pone en duda la autenticidad de las pruebas presentadas.
Además, la familia de Monsalve, en un giro inesperado, salió en defensa del expresidente, desestimando su testimonio. Este hecho agregó un nuevo nivel de complejidad a la ya enrevesada trama del caso, evidenciando que las líneas entre la verdad y la manipulación pueden ser muy difusas en procesos judiciales de tal magnitud. La contradicción de los testimonios, junto con la posible falsificación de pruebas, plantea serias dudas sobre la validez de los relatos de Monsalve.
El juicio a Álvaro Uribe se ha convertido en uno de los casos más controvertidos y polarizados de la historia reciente de Colombia. Mientras algunos lo ven como una oportunidad para hacer justicia por los crímenes de la guerra sucia, otros lo consideran un ataque político dirigido a socavar la figura del expresidente. El testimonio de Monsalve ha abierto una ventana a los oscuros vínculos entre el paramilitarismo, la política y la vida criminal, pero también ha sembrado dudas sobre su veracidad y sobre los intereses que podrían estar detrás de las declaraciones presentadas ante la Corte Suprema.
En este contexto, el juicio sigue su curso, con nuevas revelaciones y contradicciones que alimentan la incertidumbre. Los colombianos se mantienen expectantes ante cada giro de este proceso judicial, que podría redefinir la percepción pública de uno de los presidentes más influyentes de la historia reciente del país. Sin embargo, a medida que avanzan los días, la pregunta fundamental sigue siendo: ¿quién está diciendo la verdad en este intrincado rompecabezas de poder, violencia y justicia?